Desde que pusimos un pie en Colombia nos invadió una sensación de bienestar y de buena energía, con la gente y la tierra en la que estábamos. Las diferencias sociales y culturales que observábamos a cada paso nos lanzaban a conocer más. Por ello, tras la visita obligada de Cartagena de Indias, estábamos deseando conocer La Guajira, donde habita la comunidad indígena Wayuu y se encuentra un desierto a pie de playa y el punto más al norte de Sudamérica, en Punta Gallinas.
La Guajira se trata de una península al noreste de Colombia, junto a la frontera con Venezuela, es un vasto territorio desértico donde los recursos, incluido el acceso a agua potable, son escasos. Aun tratándose de una zona desértica y árida no se trata de un territorio pobre, ya que los recursos naturales existen, siendo una zona rica de exportación de carbón a nivel internacional. Sorprende ver el largo tren que recorre tres veces al día los casi 180 kilómetros que separan El Cerrajón de Puerto Bolivar, donde se descarga en un buque rumbo a Norteamérica o Europa, exportando un total de 32 millones de toneladas de carbón anuales.
Al tratarse de una zona muy poco poblada y con infraestructuras poco desarrolladas, lo habitual para conocer esta zona tan inhóspita es contratar un tour completo de dos noches / tres días desde Riohacha o Uribia.

Uribia, la capital indígena
Aun con la mina de carbón en auge, Uribia, conocida también como La Capital Indígena, se trata de una población tranquila, con muchas calles sin asfaltar y con poco interés y opciones al viajero. En la plataforma de búsqueda de alojamientos Booking, sólo se encuentra una opción, fue donde nos quedamos, y aunque bonito, el hostal deja mucho que desear y que ofrecer. Entonces, ¿qué nos llevó allí? Encontramos en internet que uno de los mayores festivales indígenas de Colombia, el Festival de la Cultura Wayuu, tenía lugar justo en nuestras fechas, así que por eso fuimos. La historia cambió tras llegar al hostal que nos confirmaron que lo habían trasladado a meses más tarde (octubre 2018) asique nos quedaríamos sin verlo. En su web oficial no decían nada al respecto, por lo que no nos quedó otra que organizar desde allí el resto del viaje por la zona. Si tenéis la oportunidad de visitarlo, según nos contó todo el mundo, merece la pena, suele ser en el mes de mayo, aunque ya hemos visto, que nunca se sabe.
Riohacha como campamento base
Quizás la mejor opción es partir desde la costera Riohacha, la ciudad más grande de La Guajira y la más desarrollada. Tiene playa frecuentada típicamente por locales aunque cada vez son más los viajeros que aparte de usarla de ciudad de tránsito, aprovechan para darse un chapuzón, o pasear por el frecuentado paseo marítimo, lleno de puestos de artesanía y restaurantes.
Desde Riohacha, salen diariamente tours para visitar Cabo de Vela y Punta Gallinas en Jeep, que suele rondar los 220.000 COP.
Nosotros tuvimos unos días tranquilos en La Frasca di Mauro, gestionada por Dora, una mujer colombiana enérgica, familiar y alegre. La esperada hora de cenar, la disfrutábamos en el restaurante de su marido italiano Mauro, donde probamos su pasta y pizza. Calidad/precio de 10.
El tour que contratamos
Tour en jeep de 3 días y 2 noches, saliendo de Uribia y haciendo la primera noche en Cabo de Vela, donde se encuentran una serie de hostales a pie de playa, la mayoría ofrecen hamacas (10.000 COP) al aire libre; la segunda noche en Punta Gallinas, donde los alojamientos están más distanciados entre sí y son escasos, el guía te acercará con el que esté acordado. Negociando mucho, nos salió por 170.000 COP, y como suele pasar, lo barato, sale caro… Tuvimos que esperar más de 2 horas hasta que llegara algún turista más que completara el tour, y mientras amenizábamos la espera charlando con gente local, “perdimos” el móvil de Antía (ya sabes, cuando le salen patas…).
El tour solo nos incluyó el transporte. Los alojamientos no estaban incluidos, aunque son baratos.

NOTA: no hay puntos de venta de agua (y los pocos que hay son carísimos) y tampoco aceptan pago con tarjeta ni hay cajeros automáticos, así que es necesario llevar suficiente dinero en efectivo.
Explorando la tierra olvidada
Finalmente, nos embarcamos en la excursión de tres días en jeep sobre las tierras lejanas de La Guajira. La noche anterior habíamos escuchado algunas historias de la cultura Wayuu a un huésped de nuestro hostel y estábamos deseando conocer más. Tras dejar el cruce de la salida de Uribia con la carretera hacia el norte, es cuando se empieza a notar la necesidad de realizar este trayecto en jeep 4×4, y es que, no hay asfalto y las casas o cualquier otro tipo de construcción empiezan a ser escasas. Sólo polvo y arena blanca.
Eso sí, en paralelo a la carretera llama la atención el paso del largo “tren del agua”, todavía seguimos preguntándonos porque se llama así, y es que, en contra de lo que diría la lógica, no lleva agua a esta zona tan sufrida y seca como cabría esperar, sino carbón. Recorriendo esa carretera tres veces al día repleto de carbón de sur a norte, hasta Puerto Bolívar, donde se exporta a otros países. El trasfondo de este tren y lo que conlleva, desarrollo para los bolsillos de algunos y escasez de recursos para otros, fue una pieza más del puzzle para comprender a los wayuus y otros habitantes de esta región.
Tras recorrer un largo rato la carretera principal y sin apenas darnos cuenta, hemos cambiado la gravilla por el campo a través en un desierto donde las marcas de otros vehículos son las únicas señas de vida alrededor. Tras ello, se empieza a ver alguna que otra casa a lo lejos, pero antes, es necesario pasar los diferentes “controles” o peajes, que grupos de niños preparan cortando los pasos de los vehículos con una cuerda, en ocasiones, realizada con trozos de ropa atada. Su misión es conseguir detener el coche de los visitantes y conseguir una propina. Entre risas, como si de un juego de niños se tratara, algunos agraciados recogen alguna chuchería, comida, o incluso agua de los conductores que ya conocen la rutina.

Estos niños wayuus, con más o menos picardía, demuestran que es su actividad diaria, en el mejor de los casos, tras ir al colegio, ir a la carretera a parar a los visitantes y “jugar” un rato con ellos. Cosas de niños, de pobreza o de puro entretenimiento, lo cierto es que impacta, y cuesta admitir la realidad del asunto, donde al final el turista es otra pieza más en el tablero, y los 4×4 el único transeúnte por esas comunidades tan alejadas del agua y el desarrollo.
Cabo de la Vela

Llegando a Cabo de Vela, la primera parada, la cosa cambia, y se encuentra una pequeña población organizada al turismo. Allí, puedes escoger el hospedaje que más te guste, de precio están todos por el estilo, y lo más común, es dormir en hamacas directamente colgadas sobre la playa. Es increíble el cielo estrellado en esa parte tan alejada de las ciudades.
Nosotros nos quedamos en el último de los hospedajes del pueblo, no recordamos el nombre, pero era uno de los únicos que tenían los chinchorros en primera línea de playa por sólo 10.000 COP. Las diferencias entre un chinchorro y una hamaca, son principalmente la anchura, el tipo de tejido y la decoración. Siendo el chinchorro lo típico del lugar y más cómodo y por tanto, más caro.
En Cabo de Vela, encontrarás una playa coqueta, con pequeño oleaje y mucho viento, ideal para practicar kitesurf, existen puntos de alquiler así como clases particulares. Además, desde allí, se pueden ir a otros puntos de interés como:
- El Faro: donde disfrutar de un precioso atardecer, eso sí, aunque es agradable, será multitudinario, ya que todos los tours suelen acabar ahí.
- El Ojo de Agua: una formación rocosa dentro del mar, la zona de parking alberga un pequeño bar y tiene otra pequeña playa donde disfrutar de un chapuzón.
- El Cerro Pilón de Azúcar: un mirador natural donde se encuentra un pequeño altar con la Virgen de Fátima. Y la pequeña playa del Pilón, rodeada de pequeños cortantes rocosos.

La verdad, que el primer día fue muy completo y la noche no pudo ser mejor, disfrutamos de la brisa y las estrellas con nuestro chinchorro sobre la playa. Fue una experiencia total.
Punta Gallinas
Al segundo día, nos pasaron a recoger en el jeep al rato de amanecer, a las 6 a.m., y cogimos rumbo al norte. Ahora sí que sí, no existen carreteras formales, sino el dominio del conductor de reconocer el camino marcado por el coche anterior. Los paisajes son asombrosos, y merece la pena cada minuto en el coche intentando adivinar en qué dirección deberíamos continuar.
A las horas, llegamos al pie de la Bahía Hondita, que debíamos cruzar en lancha hasta el hospedaje que teníamos contratado, Hospedaje Alexandra. Se trata de un recinto con bungalós y zona de hamacas (10M-15M COP) y dispone de restaurante (desde 10M COP comida), no hay más servicios alrededor, algunas casas y un colegio.
Desde allí, una vez instalados, continuamos el tour contratado, y pudimos ver:
- Faro de Punta Gallinas: El punto más al norte de Sudamérica, donde descansan cientos de montículos de piedras realizadas por los visitantes menos conservadores.
- Dunas de Taroa: Estas grandes dunas de arena blanca, como si de un minisáhara albino se tratara, finalizan en la propia Playa Taroa. Se trata de una playa muy larga, pero con fuerte viento y nada de sombra. La situación rodeada de dunas la hace preciosa y te invita a probar sus aguas.

De vuelta al hospedaje, nos propusieron una nueva actividad extra, esta vez, fuera del precio del tour, ¡avistamiento de flamencos! Dudamos… pero aceptamos, asique nos embarcaron en una lancha y en menos de 500 metros teníamos una gran bandada de flamingos, debe ser su casa habitual, ya que los guías sabían donde encontrarlos, ¡nos mereció mucho la pena! Nos encantó poder ver la majestuosidad o serenidad que desprenden con sus largas patas y su pantone rosado.
En un paseo por los alrededores del hospedaje, se puede ver el colegio de primaria y varios conjuntos de casas, eso sí, pocas personas transitaban entre ellas bajo los fuertes rayos del sol.
INFO: Nos contó uno de los guías wayuus del hospedaje, que en su comunidad están organizados para proteger el anidamiento de tortugas marinas, y siendo, algo comunitario, no disponen de grandes recursos ni medios, en ocasiones reciben voluntarios para colaborar en dicha actividad. Si estás por la zona y estás interesado/a, no dudes en investigar más! 🙂
Hay mucho más descubrir
Según nuestra experiencia, La Guajira esconde mucho más de lo que se puede ver en un tour, nos quedamos con ganas de volver de una forma más libre. Quizás alquilando un 4×4 para perdernos por las llanuras de salitre, encontrarnos en una aldea wayuu y poder entablar una larga conversación con los padres de esos niños y contestar todas las preguntas con las que hoy nos quedamos al irnos de allí, ha sido una pena que haya sido tan breve, pero tenemos claro que volveremos.
La Guajira, es una tierra indígena por descubrir y proteger.
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